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Channel: El poeta ocasional
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Simone Cattaneo

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Poetas italianos


Demasiado lindo para ser un boxeador,
demasiado feo para ser chulo
caminaba en el centro de Buccinasco
sin trabajo y repleto de plata
esperando la hora del aperitivo
cuando me sube la gana de hacerme leer las cartas por la vieja bruja del vecindario.
En realidad sus tarot no son más que
pedazos de bebidas arrancadas con los dientes pero al final uno se las arregla con lo que se puede.
Pasado un billete de veinte a la vieja le pregunto brutal
cuando moriré, elle me sonríe y contesta pronto a los veintisiete cumplidos.
Le informo de mis veintinueve y mi anciana bruja de Buccinasco me
conforta diciéndome, mira entonces eres un hombre afortunado.
El dinero mejor gastado en los últimos diez años.




//




Colgada por los tobillos a un árbol del bulevar
encontré por primera vez a la única mujer que he amado,
hubiera querido seguir pero me pidió una mirada
me pidió de mirar un rio inexistente entre las estrellas,
entonces trepé hasta el borde de su rostro pero
no se alteró, nada de mi cuerpo me escondió.
Sumergida en su olor me abrió el pecho así que
pudiese sentir el sonido del color,
lleno de miedo prometí que hubiera aprendido a esperar,
di una vuelta alrededor del árbol y
mi mujer se había desvanecido, raptada por la fruta confitada de
una isla caribeña. Me até a un farol por los tobillos
para entender su perspectiva y realinear la mirada,
amontonados alrededor mío babeaban unos perros, con las mandíbulas de cristal
en llamas pero la tierra se había secado y la fiesta terminó.
Ya no encontré más a una mujer tan bella, quizás sí,
es la carne que todas las noches me duerme al lado
persuasiva en los muslos, elegante en las manos, luz moral en la cadera
doblada e indistinta como un esqueleto de pez.
Estoy seguro, somos el uno la propuesta de la otra.




Troppo bello per essere un pugile,
troppo brutto per fare il magnaccia
camminavo nel centro di Buccinasco
senza lavoro e inzuppato di grano
aspettando l’ora dell’aperitivo
quando mi sale la voglia di farmi fare le carte dalla vecchia strega del quartiere.
In realtà i suoi tarocchi non sono altro che
pezzi di bibite strappati a dentate ma alla fine ci si arrangia con quel che si può.
Rifilato un carico da venti alla vecchia le chiedo brutale
quando morirò, lei mi sorride e risponde presto a ventisette compiuti.
La informo dei miei ventinove e la mia anziana strega di Buccinasco mi
conforta dicendomi, vedi allora sei un uomo fortunato.
I soldi migliori spesi negli ultimi dieci anni.




Appesa per le caviglie ad un albero del viale
ho incontrato per la prima volta l’unica donna che ho mai amato,
avrei voluto proseguire ma mi ha chiesto uno sguardo
mi ha domandato di guadare un fiume inesistente fra le stelle,
quindi mi sono arrampicato fino all’orlo del suo viso ma
non si è scomposto, nulla del mio corpo mi ha nascosto.
Immersa nel suo odore mi ha aperto il petto così che
potessi sentire il suono del colore,
colmo di paura ho promesso che avrei imparato ad aspettare,
ho fatto un giro intorno all’albero e
la mia donna era svanita, rapita dalla frutta candita di
un’isola caraibica. Mi sono legato per le caviglie ad un lampione
per capire la sua prospettiva e riallineare la mira,
ammassati intono a me sbavavano dei cani, con le mascelle di vetro
in fiamme ma la terra si è asciugata e la festa è finita.
Non ho più incontrato una donna così bella, forse sì,
è la carne che tutte le notti mi dorme accanto
persuasiva nelle cosce, elegante nelle mani, luce morale nei fianchi
ripiegata e indistinta come uno scheletro di pesce.
Sono certo, siamo l’uno la proposta dell’altra.






Simone Cattaneo (1974 / 2009, Saronno, Italia)
Traducción: Antonio Nazzaro
Fuente: http://www.laboratoripoesia.it/
Enlaces: Kriller71 Ediciones



Nicolás García Sáez

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Termópilas 



Tengo el cuerpo de Leónidas en las Termópilas
lacónico entre los jardines menos temblorosos de Esparta
claros y luces estoicas de aquel verano un poco rabioso (la duda es barroca)
los soldados se mueven, llevan uvas, espadas 
los periceos asisten al fogón celebrado a orillas del Eurotas
ya habrán notado la movilidad que tienen las damas frente al David 
de mil ocho catorce

Se cuelan entre los céfiros las melodías de pantanos remotos
los siervos aplauden tibiamente
trueques o descuentos
(gritos de comercio) 
no le hacen jaque al agujero

Desde el cielo: La Maravilla
el cabo y el rabo de Italia
Grecia, Albania
del Jónico al Boreo

De curso, de cuenca
Cabo Karagol en Corfú
Cantabria, Epiro, el Peloponeso
y allí
abajo
si
otra vez las Termópilas



Evolución 



Aquello partió 
bajo la sombra del ombú
con un sapo
y su bella rana
reposando para siempre en el jardín

hubo un gato
con diminutivo célebre
que llegó un día
y al otro se fue
rompiendo pedazos de mi corazón

hubo un axolotl
que en pocos meses
regeneró sus piernas (amputadas)
y se deslizó bajo el barro
de una barca oscura mexicana

hubo un lémur negro
que mordió a un gusano
envenenado
equivocado
para alucinar con el cianuro en las alturas de un baobab

hubo un mono loco con cóctel
de alcohol frutado
con la espuma en la boca
de un puercoespín
hubo un reno buscando un hongo bajo la nieve

hubo, si, un delfín amarillo
que se adhirió 
también
a mi piel
para multiplicar sus voces

de puntos cardinales
para armar
en una sola pieza, a un animal fabuloso
aquel 
El Único, esencial 
cubierto por el recuerdo de todos los demás


Un perro 



Hay un viejo blues de Pink Floyd
en el que un perro ladra, canta
despierta amaneceres, el mar
y un sol uruguayo

aquel cachorro manso
parecido a un esqueleto
desterrado del campo seco
el hambre y el fracaso

gris, nublado, liberado
no es azul, es luminoso
las olas mueren y allí está
el perro de mi infancia encerrado en la ciudad

recuerdo a otro, ese valiente
un perro insoportable
que quiso ser el dueño de un barrio serrano
y lo pagó muy caro, con un escopetazo cobarde

recuerdo al montón de hijos hambrientos
que aquel tonto ingenuo 
tuvo con la perra, que a las cuatro de la mañana 
viene a pedir comida a mi casa

perros antes, nunca se pierden, o después 
ahora veo
a mi amigo más fiel 
siendo él, tan glotón
reencarnando, gordo y satisfecho, a todos los demás



Latina



Me conmuevo entre las piedras tan extrañas
con espinas que no pinchan
orgullo férreo y duro
que de tanto se hace etéreo
irrompible/tan sensible
con las sombras del perdón

Ante la mera mención de América Latina
la piedra se irrita
incomoda su letargo
que no tiene perspectiva
ni pasión

Y sin embargo (o tal vez por eso) la lloro
epifanía triste que sabe
que esa misma piedra
es tan América
y Latina
como yo



POEMA QUE PUDO HABER SOÑADO EL TITANIC EN EL FONDO HELADO DEL MAR, LA NOCHE DEL 31 DE DICIEMBRE, CUANDO TODO EL MUNDO FESTEJABA EL CAMBIO DE MILENIO



Ya han pasado más de ochenta años
en los que pasé de ser
el Monumento al Encanto
a esta ruina partida, perdida
tristísima, abandonada
oscura, siniestra
y llena de fantasmas

Desde aquí abajo, esta noche, yo juro
que dentro de ochenta años exactos
gracias a las bacterias
los submarinos cleptómanos
y toda la ayuda de mi deterioro
no seré entre el agua un fracaso
ni dentro de mi vergüenza un fantasma



POEMA QUE PUDIERON HABER SOÑADO LAS AGUAS DEL SUPER KAMIOKANDE EL 12 DE NOVIEMBRE DE 2001, LUEGO DE LA IMPLOSIÓN DE MILES DE TUBOS FOTOMULTIPLICADORES



Neutrino, hijo del Sol, veloz como la misma luz
elemento oscuro a lo largo y ancho del Universo
testigo del colapso moribundo de todas las estrellas
rebelde o ameno, extraño cómplice de la relatividad 
entre práctica y teoría comulgaste por fin como materia

Sumidero de tantas energías arrojando entre supernovas
tu aura, la del mínimo eterno, cambiando el sabor del vacío
tauónico, muónico, electrónico, alquimia de las antipartículas
compartimos tu humor esta noche entre los cristales que flotan
y las miles de astillas, hundiéndose muy lentamente hacia el fondo



Epifanía número 12



Los poemas de Paul Eluard sólo resonaban dentro de ella cuando se encontraba inmersa en el agua. Apenas respiraba y ponía un pie en la superficie todo se volvía impreciso, o, por el contrario, demasiado preciso y los versos más exquisitos del galo rebelde (primer esposo de la Gala daliniana) parecían perderse en algún lugar remoto de sus recuerdos, que allí, bajo el sol ardiente o alguna nube gris e incluso, a menudo, bajo la luz de la luna, se deshacían tal como lo hacen todas las olas que abrigan a los siete mares.



Epifanía número 22



Estábamos en el cielo, volando con esos trajes pomposos que utilizan los paracaidistas para esos menesteres. El detalle era que no teníamos paracaídas. Alguien nos desplazaba (y aquí el verbo ¨desplazar¨ como sinónimo de expulsar) luego de haber dormido, no en un avión, sino en alguna tapera inspirada en “Los Olvidados” de Buñuel. Podíamos sentir la inmensidad y el vértigo, la altura, decenas de miles de metros bajo nuestros pies. Todo era brillante, luminoso, celeste y borroso. Había algo muy bello y angustiante al mismo tiempo conviviendo entre nosotros. Adrenalina pura. Yo me olvidé de eso cuando, de la nada, apareció un fotógrafo volador, también con el traje de pájaro falso y ostentoso, sin paracaídas, que anunció:
 -Digan whisky, por favor.



Nicolás García Sáez (1970, Buenos Aires, Argentina) 


Alberto Cisnero: "Las casas", Barnacle, 2018

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ya no recuerdo cómo fue. después pasaron  
muchos días. no hacen al tema. las luces 
de las posadas, un curso de agua 
translúcida, otro paisaje de niebla. más allá, 
más arriba y más lejos el cielo es negro. por azar 
o por juego, justo cuando la vida mudó color 
y gala. y capturado el corazón. un secreto 
que lo excede. la luz que irradia el candil, prevenida frente a un extraño, 
condesciende a uno.



3



recordarás un día. el contacto de mi mano 
en la tuya. el que ahora te ofrezco. sólo 
diremos que era en junio, hace muchos años. recuerdo un día sólo porque viene con tu nombre mezclado. y lejos y muy cerca. y pronto. 
como una ola, pronto. y donde todo acaba 
o todo comienza. como mi padre me miraba 
un día. suelo asentir a lo que decís. y sé 
que eso me alboroza. ahora ya soy viejo 
y lo comprendo, hija.



11



o bien lo fingía. me fingía bondadoso y necio. 
en votos adversos. no más en votos adversos. 
será siempre nuestra la luna de invierno. plumón 
de pájaros y albayalde. como un rostro querido. 
porque hoy has venido. tu cantor borracho, 
de poncho y firme la mano en el puño del hacha, buscaba, como quien busca desesperado, algo 
que desapareció. a la luna de invierno. ventisca. 
y tras de vos y tras de mí, esperamos 
y despedimos lo mismo.



13



detrás del volante. sobre la ruta seis. 
en un repente. la gran noche campo afuera 
y la luna de invierno. una antigua habladuría 
o una primera certeza o un obsequio. confituras de maicena. a miles. en un poblado del camino 
tuve un rancho alguna vez. después pasó 
el tiempo. me empeñé en las tabletas etruscas. porque mancillan lo que en la punta de la lengua 
a ocluirse torna. hay también palabras veloces como la luz. o bala o rayo o síncope. 
para un repente con la mano en el pecho.



Alberto Cisnero (1975, La Matanza, Buenos Aires, Argentina)


Escribió: La sustancia en infracción (2002), Los dados de la muerte (2004), Mil brillos apagados (2007), Akullico (2009), El precursor químico (2009), Tagsales (2010), Adiós y hasta pronto (2010), El movimiento obrero granizado (2011), Robé un auto para trasladarme a las soledades vivientes (2012), Ajab (2012), Oquei, gracias (2013), Las casas (2013), Forma parte de mi guerra (2015), Acata Míckuy (2017) y las novelas Hablamos cuando se pueda (2011), Treinta dineros (2012) y Drugstore (2015).​​​​​​
El límite de la materia (Ediciones Ruinas Circulares, 2012 y Barnacle, 2015), Tagsales (En-causto, 2013) , Adiós y hasta pronto ( Dio Fetente, 2013), El movimiento obrero granizado (Barnacle, 2014), Robé un auto para trasladarme a las soleda-des vivientes (Barnacle, 2015), Drugstore (Barnacle, 2015), Ajab (2016) y Oquei, gracias (Barnacle, 2017).

 Sitio web: www.albertocisnero.wix.com/home

Belek Antar, un poeta ocasional

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Yo quería ser daltónico
para ser mejor piloto
como mi padre con su caza
modelo Breguet 14
pero el daltonismo
saltea una generación,
como el coraje
decía él

De todas formas
fui piloto, hoy día
no se necesita poder diferenciar
distintos tipos de blanco
en el campo de las nubes;
las maquinas hacen todo
el trabajo y nosotros
solo ponemos el sufrimiento

También quería tener
una infancia traumada, conflictos
personales y una familia
destruída
para ser mejor poeta
como mi abuelo con su bayoneta
defendiendo Estambul
escribiendo versos
entre las balas rusas

Fue mi padre quien
simplificó el trabajo
pegándose un tiro en la frente
por error, dijeron los peritos
yo digo que tal vez
porque el coraje saltea dos generaciones
y porque las maquinas ahora
también hacen todo el trabajo
incluso en la poesía


Hijo de Meryem Bologur y Wadih Antar, Belek Antar nace en La Rioja. Escapando a las hambrunas de pos-guerra y a la furia de su suegro, Halit Bologur, turco nacionalista que se oponía al matrimonio de su hija con un libanés, Wadih Antar emigra a La Rioja. Junto a ellos viaja la madre de Meryem, Sinem, que abandona su tierra natal para acompañar a la familia, y de paso hacerse cargo de los gastos de la emigración comprando una casa en La Rioja que sería patrimonio familiar hasta el final. Meryem llega embarazada a Aimogasta y da a luz a Belek Antar a los pocos meses. La madre no sobreviviría al parto y, de alguna forma, tampoco su padre, quien sería internado en un psiquiátrico por una corta temporada, luego de sufrir una crisis nerviosa y entrar en una fuerte depresión. Durante ese tiempo, y a lo largo de la vida de Belek, su abuela se haría cargo de él y de su educación. A sus 20 años, luego de que ingresara a la academia militar, Belek Antar recibe la noticia de la muerte de su padre: limpiando un arma que guardaba de recuerdo de su abuelo se dispara en la frente, muriendo en el acto. Belek siempre tomó este hecho como un suicidio y al año siguiente tuvo su primera crisis depresiva y su primera internación. Al salir del hospital, escribiría el siguiente poema:

estar loco es un poco como no estar
todo sigue indiferente a nuestra falta
y al salir y volver
uno descubre que todo cambió
salvo aquello de lo que se hacía cargo
y la casa vieja, cada vez más vieja,
y en ese cuaderno no se escribió nada por meses
y sobre todos, el polvo
como si todos los objetos de la vida de uno
hubieran estado también ellos
internados


Belek Antar (1920 / 1985, Río Tercero, Córdoba, Argentina)
Aunque nunca ejercería profesionalmente, fue piloto de avión y tuvo trabajos varios: fue fotógrafo y mecánico, así como instructor de vuelo. En algún momento de su vida se muda a Córdoba, luego de publicar en La Rioja un único libro, Vida y otros asuntos, del que solo vendió unos pocos ejemplares que logró recuperar y prender fuego con el resto de la tirada, causando un incendio en la vieja casa que heredara de su abuela. 
Luego de un exilio breve en México, menos de dos años entre el 79 y el 81, donde volvería a transitar un proceso de internación psiquiátrica de casi 4 meses, su rastro se pierde en Córdoba. Muere allí en 1985, en la Ciudad de Río Tercero, sin que nadie se presente a retirar el cadáver

Enlace:

Presentación de "Herbarium", de Celia Fontán

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La mariposa y la iguana presenta Herbarium de Celia Fontán en el Centro Cultural de la Cooperación 
Av. Corrientes 1543, CABA,  viernes 08 de junio a las 19:00 hs.



Amorphophallus titanum



Odoardo Beccari había oído hablar de esa flor, acaso la más grande y extraña de Sumatra, la isla de las flores prodigiosas, y había sonreído con escepticismo, no por su tamaño desmesurado ni por su belleza, sino por el terrible olor que, según los nativos, emanaba del alto espádice y de los pliegues violáceos de la corola, que volvía penosa su contemplación. Sin embargo, aquella mañana, cuando a poco de andar lo sorprendió el olor inconfundible de la carne muerta, no dudó en seguir su rastro, avanzando en medio de la selva. La bocanada honda y sombría  revivió su alma de huérfano y se quedó allí, en puntas de pie, como si estuviera ante el signo del mundo y hubiese regresado al cuarto de Florencia, donde en tardes de lluvia y al paso de los cortejos fúnebres hacia la Puerta Santa, soñó con la espesura viva de las tierras del sur.



Malvaria



En los últimos meses se ha detectado en los viveros la proliferación de la malvaria. A la luz del día, el aspecto de esta malva silvestre es inofensivo, si bien la ausencia de clorofila le confiere una palidez lechosa, similar a la de los peces abisales. Durante las horas de la noche, la malvaria se adhiere a los tallos de las plantas vecinas, transformándolas en involuntarias hospedantes y las penetra por medio de filamentos que retrae con las primeras luces del amanecer. La malvaria recupera, entonces, la apariencia de una pequeña mata de gramínea. Pero la planta succionada sobrevivirá apenas unas horas, antes de apagarse sin remedio. A diferencia del resto de las parásitas, su apetito es voraz.



De: "Herbarium", La mariposa y la iguana, 2018

Alicia Silva Rey, un poema inédito

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No hay grullas en Dublín.



No hay grullas en Dublín.
Entre mayo y noviembre 
abre el embarcadero Gingelgracht. 
Se recorre la ciudad (Amsterdam) 
en hidropatines 
que provee el mismo embarcadero (no es caro). 
Los padres y sus niños salvajes 
atraviesan ciegamente, aun bajo la lluvia, 
esa mollera fermentada, 
una ciudad( Amsterdam - Dublín), 
bajo cobertores impermeables 
que el embarcadero entrega junto con 
chocolates y mapas metalizados. 
Después, 
dormiré en habitaciones con grullas 
adosadas a paredes de estuco 
(no serían grullas o sí, acaso).



De: “El poder de unos límites”. Publicará en Buenos Aires, Mora Barnacle.
Otros poemas de Alicia Silva Rey, aquí

Jorge Aulicino

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7



Nadie mejor que el fresno imita al fresno. Repite
los dibujos su corteza. Un programa binario 
los maneja. Este fresno no es idéntico al otro, 
pero seguramente iguales variaciones del 
dibujo podrán ser encontradas en distintos
fresnos. No pensamos en esto al mirar los fresnos.
Una hoja nada más caída al barro es un mundo 
indescriptible, sobre todo en el instante en que
diversas tormentas moleculares comienzan 
en la superficie al entrar en contacto con el 
barro. Nadie cree que todo lo que sucede 
en ese único segundo puede ser narrado.
Nada de un mísero instante puede ser narrado. 
Nada, pintado. Sombras doradas las palabras 
se tienden sobre el río y le dibujan cortezas 
de aquel fresno, que no le rozan la superficie.
Colecciones de poemas entran y salen por 
sus bocas, y por las bocas de sus poros y de 
sus células. El río da que hablar, pero en la 
realidad profunda donde hubo una explosión gris 
que le dio nacimiento nadie entra, el río sólo 
permite que hagamos las sinuosas realidades,
poemas que no nacen de él y que nos llevan a 
remar en cierto cielo de pintura oriental, 
como entre camalotes no sostenidos por el 
agua sino por la tela blanda de la página, 
con microscópicas briznas de corteza que la 
amarronan en conjunto, pero son de cerca 
puntos oscuros, canoas entre poros, breves 
embudos del agua blanca, neutra, resultado 
del litigio que hace años mantenemos con el 
río pacífico pero inabordable, como 
si de materia no fuera.



Jorge Aulicino, de "El río", inédito
Dibujo: ER

Diego L. García

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(gugleo) se trataba del episodio 9
de la segunda temporada titulado
Tren de carga. willie recuerda que
cuando tenía 17 años recorrió el
país viajando en trenes de carga.
es su secreto. no quiere que sus 
hijos copien el (mal)ejemplo. un
derecho típico de la paternidad
temerosa del buen civil: evitarse
en la autoflagelación del encierro
propio. pero quién más que alguien
que proviene de afuera realmente
de afuera para cortar la ley? suena
una armónica vagabunda y oímos
“no hay como una estación de trenes en la noche”
algo vive en esa huida
que titila en el fondo oscuro del cielo



la diversión es una píldora para mirar
otra guerra en 3d mientras el mundo 
se rompe las caderas por patinar en el 
hielo con las zapatillas agujereadas. 
en el retrovisor: una mesa con mantel 
de hule y un helicóptero ardiendo en 
saigón en manos del pequeño johnny
no es gracioso ver cómo se achicharran
los huesos plásticos de los chinos?
escribiré una canción para explicarte 
de qué se trata la vida. tendrá un final 
tan jugoso como esos folletos de la iglesia




cada post quiere convencerte
de tu capacidad de mutación
hacia una zona de neutralidad.
hacer lo correcto. dicen los
avisos publicitarios. pero
si se trata de leer no debería
ser bueno? mirá aquel
rostro de ojos azules cómo
sonríe. como si entráramos
en un templo todo se vuelve
milagrosamente protector.
iré a poner unas tostadas
en la máquina y cuando regrese
el mundo habrá cambiado
a una plantilla elegante



reconstrucción de las viandas pasadas)



un miami beach con ron cubano
tapa de revista 

un peso por cargar el televisor hasta
las gomas quemadas

como un amigo, como un viejo enemigo
se canta en las vidrieras

sánguche presidencial para el escenógrafo 
que barre el fondo de la piscina

bronceado el canónico
da su campanada vip

la época 

un táper olvidado en el fondo de la heladera


De: "Una cuestión de diseño", Barnacle, 2018


Fernando Ayala

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#10



Qué tren, qué tren.
No hay abismo, el tren existe en su ruta callejera
insiste el acero en dejarla rodar,
hay huella marcada en realidad.
Cuentan las estaciones que hubo una vez
y habrá tantas como sean necesarias
hasta que entienda el ganador:
que lo humano se pierde, pero no se olvida.
No hay abismo, hay soledades
como trenes sin estación
dentro de nadie, todo, es algo
ahí donde la sangre está seca
se unen músculos, huesos y piel.
Pero no hay abismo, eso es religión
hay historia en treinta mil pedazos
hay cercos que romper, por los trenes
que aún no salen, por la estación 
amanecer.



b



Nuevos ritmos, viejos aromas, rocío matinal
de maldiciones celestes, ricos de pobreza humana
recreos serviles consientes, reos de la propiedad
fantasmas luminosos de las noches dulces,
aptos de calamidad callejera, 
perecederos de bellas durmientes
dorados de plata falsa, perdurables
claros de luna nueva, hijos del dueño de nada
fieles trepadores del futuro, cíclicos, sistémicos
monitos con cola de paja, dealers de tecnología seca
soñadores del ensueño promiscuo, duros planetas
sin órbita, atletas de golpes bajos, prometeos
del renacimiento, tapones de luna, asteriscos
de estrellas fugaces, matemáticos del calendario,
oportunistas del espacio material, infantes de marina
polvos frescos del ocaso, 
berretines del consuelo amoroso,
van siempre para arriba, porque el día 
que caigan del cielo
ellos saben, no los busca nadie.




De: "Conurbano, mano de obra", Barnacle, 2018

Diego Colomba

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Puedo dividir (mentalmente) la realidad en varios planos 
si lo deseo sentado en la antesala de una morgue 
hospitalaria donde las enfermeras bromean entre sí 
mientras aguardan la ambulancia que pedimos hace un rato. 
Vos también bromeás narrándome tu última aventura 
porque sos un viejo amigo y te sentís autorizado 
aunque la escena en la que actuamos lleve por nombre
“la muerte golpea nuestra puerta”.
En eso te parecés a estas mismas mujeres que conviven
a diario con los muertos: pero te estaba diciendo que puedo
que estoy en condiciones de festejarte la anécdota 
de buena gana riéndome y palmeándote en el hombro 
(como lo hago) porque no hay nadie de la familia 
merodeando y no me importa lo que piensen unas mujeres desconocidas y sin embargo podría estar llorando 
y soplándome los mocos a conciencia
o discutiendo con los de la administración 
por la dudosa factura que hace poco recogí y pagué 
con plata ajena: cualquier de las opciones sería digna 
de esta luz que no quiere dejar nada en la penumbra.



La tibieza de las chapas 
la fragancia del estiércol 
las partículas de polvo 
que se agitan en el aire 
el ritornelo del agua
y de los tordos
son materia 
poética
del mundo.

Íntima. Extraña.
Desmedida.

Me pregunto:

¿Quién respira?

¿Quién será el inocente
que vendrá a rescatarnos?



Si al momento de lavarme las manos como ordenó 
la enfermera que se queda custodiando la puerta
pienso en la mutación que cada uno de los visitantes 
ha sufrido después de permanecer algún tiempo
en esta gran habitación repleta de camas y biombos 
que voy a recorrer en breve espero que la suerte no me sea esquiva: he visto llorar con mayor o menor grado 
de desconsuelo a una quincena de hombres y mujeres
y no soportaría ver ahora cómo respiran con dificultad 
niños o jóvenes desconocidos. No sería piadoso de mi parte mostrarle el rostro desencajado a quien merece palabras 
de aliento y de ternura. Y en efecto la suerte 
está de mi lado porque en cada una de las camas 
que repaso en mi camino hallo personas viejas 
que han vivido lo suficiente para no sentirse 
defraudadas un tiempo razonable a los ojos 
de un desconocido que no les tiene cariño alguno 
y afortunadamente encarna un papel secundario 
en esta historia de sábanas blancas tubos y mangueras
donde suenan variopintos chillidos de alarma 
y el oxígeno se distribuye
con relativa justicia.



Un artista de provincia busca su propio estilo



Atisba el revoltijo de luces y de sombras que hacen 
esos chicos penitentes que caminan alrededor 
del mástil el director de escuela el único pintor paisajista 
del pueblo que piensa en su última tela  y siente el súbito deseo de terminar con todo: tocar la campana para no tener que buscar a la portera que se encierra en la cocina cuando empieza a apretar el frío revisar las nucas de los varones 
y las trenzas de las mujeres propinar el coscorrón 
que le debe al travieso que se fue ayer antes de hora 
trepándose al tapial del fondo para encaminar de una buena vez sus pasos hacia una casa con olor a encierro y la estufa apagada donde esperan el caballete de campaña y una valija roída con pomos retorcidos y pinceles. Si se apura cuenta todavía con un poco de luz natural para dar las pinceladas finales en el campo mismo donde brota la impresión 
el pajonal del bajo donde cerdos perros galgos y potrillos 
se alimentan de los restos de basura que el pobrerío 
de los ranchos tira a diario mientras mira ondear las aguas poco profundas si la brisa sopla. Sabe que lo que busca 
oscuramente es la expresión en el paisaje una manera 
personal de darle lumbre pero el paisaje cambia 
como su misma alma que no encuentra asidero y lo obliga 
a seguir manchándose los dedos. Esas cavilaciones ocupan su mente cuando camina cargado y se detiene un segundo para contemplar la escena que ya ha plasmado en otro 
cuadro: los árboles sin hojas la paja brava una bandada 
de tordos en el celaje el camino solo.



De: "Papá trajo a casa un cuatro ele", Barnacle, 2018




Diego Colomba (San Nicolás, Santa Fe, 1972) 
Es poeta y crítico literario. Ha colaborado con reseñas, notas y entrevistas en numerosos medios. Seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (2009). Publicó su tesis de doctorado Letras de Rock Argentino (2011) y el libro de crítica Mesa de novedades. Poesía y narrativa del presente (2013, premio obra inédita del Concurso Provincial de Ensayo Juan Álvarez 2012). En poesía publicó Baja tensión (2012, mención en el Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana 2011), Desaire (2014), Inmemorial (2015), Chispero (2016), El largo aliento (2016) y el ebook La hospitalidad del mundo (2017).

Diego Brando, un poema inédito

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14


Hay un silencio de catedrales
y un búho atraviesa la noche.
Grazna y me recuerda
que no hay descanso en los ojos abiertos,
que el corazón lleva años latiendo.
Y que no se detendrá hasta el diluvio,
hasta que entregue con mis manos
la memoria que abandoné en el campo.
Soy el hombre peculiar que fuma
y ve en el humo el deseo de una mujer
calcinada como una flor en el verano,
mientras su propia cabeza se asemeja
a una piedra suelta sobre el asfalto.
Erro por los suburbios y veo el fogonazo
de mis huesos sobre la niebla.



Poetas argentinos actualesDe: "Todo lo que se hunde" (inédito)

John Burnside

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Indeleble



Me gustaría mucho que De Hann viese un estudio mío de una vela encendida y dos novelas (una amarilla, otra rosa), colocadas sobre una silla vacía (precisamente la silla de Gauguin), lienzo de 30, en rojo y verde. Hoy mismo estuve trabajando en su equivalente, mi propia silla vacía, una silla blanca y barata con una pipa y un paquete de tabaco. En ambos estudios, al igual que en otros, he buscado un efecto de luz mediante un color claro. De Haan probablemente comprenderá exactamente lo que busco, si le lees lo que he escrito al respecto.

                                            Vincent van Gogh. “Cartas a Theo”, 17 de enero de 1889.



      Muerta hace cuarenta años, mi madre está cortando un corazón
      en la mesa de la cocina.
      Llueve en la puerta, aunque pronto va a ser aguanieve
      y después, de acá al bosque,
      va a nevar.

      Los ventanales de esa casa se empañarían
      en minutos,
      y podríamos haber estado solos todo el fin de semana;
      el resto de la ciudad, hasta donde sabemos, abandonada,
      sin nada del otro lado del jardín, ni iglesia, ni gente.

      Ahora está acá, en mi cocina, cortando un corazón:
      un platito con sal cerca del codo, un puñado de harina
      esparcida en la mesada, la radio encendida,
      ella trabaja igual que siempre, ensimismada,
      con el cuchillo de cocina que capta la luz de este mediodía invernal.

      Nunca creí en fantasmas y no tengo un especial interés
      de ver otra vez a mis muertos
      ¿pero cómo no aceptar lo que se niega a desvanecerse,
      como el borrón de la pintura en que una mano o un bol de porcelana
      oculta el pentimento de un pájaro cantor

      atado, o esa mancha color amapola
      que emerge una vez más
      cuando blanqueamos la pared del lavadero?
      ¿Cómo podría el niño que hay en mí
      poner en duda lo que me contaron

      del amigo de un amigo de un amigo
      que presenció esa luz que nadie podría explicar,
      un resplandor sobre el estanque donde, hace décadas,
      el hijo del panadero se cayó a través del hielo
      en el azul parafina de Año Nuevo, cuando nadie miraba?

      Recuerdo ese paseo de domingo
      cuando paramos en la niebla súbita, los árboles,
      una pausa en la blancura extensa como el cielo,
      y ella en aquel vestido verde que tanto le gustaba,
      tan vivaz que casi estoy ahí de nuevo

      aunque no es el vestido ni ella, simplemente
      es el color que me lleva hacia atrás,
      el verde que te quiero verde en este mundo que no
      cesa, mientras vamos pasando
      incesantes, pero siempre

      cambiando, verde que te
      quiero… Y sólo por un momento quiero
      detener su mano y decirle
      que ya no comemos corazón, o no
      en esta casa; no comemos

      hígado, tripas o patas de cerdo hervidas
      a fuego lento, durante horas, para extraer
      sus jugos, pero cuando giro hacia ella
      mi madre ya no está y la silla
      está vacía, como el espacio muerto en el bosque

      cuando talan un árbol, o para ser más preciso,
      la silla en el famoso “lugar vacío” de van Gogh
      que pintó al irse Gauguin, la luz de la lámpara de gas
      azul en la madera pulida y el cabo de la vela, clarísima
      y casi insoportable de tan viva.



Indelible



I should like De Haan to see a study of mine of a lighted candle
and two novels (one yellow, the other pink) lying on an empty chair
(really Gauguin’s chair), a size 30 canvas, in red and green.
I have just been working again today on its pendant, my own empty chair,
a white deal chair with a pipe and a tobacco pouch. In these two studies,
as in others, I have tried for an effect of light by means of clear colour,
probably De Haan would understand exactly what I was trying to get
if you read to him what I have written on the subject.                                   

                                                     Vincent van Gogh. Letter to Theo, 17th January 1889



Forty years dead, my mother is dicing a heart
at the kitchen table.
Rain at the door, but soon it will turn to sleet
and, later, from here to the woods
there will be snow.

In that house, the windows would cloud
in minutes,
and all weekend we could have been alone,
the rest of the town abandoned, as far as we knew,
nothing beyond the garden, no church, no people.

Now she is here, in my kitchen, dicing a heart:
a saucer of salt at her elbow, a handful of flour
sprinkled across the table, the radio on,
she works as she always did, absorbed in her task,
the chef’s-knife catching the light of this winter’s noon.

I have never believed in ghosts, and I’ve no great wish
to see my dead again,
but how could I not respect what refuses to fade,
like the blur in the paint where a hand or a porcelain bowl
conceals the pentimento of a tethered

songbird, or that poppy-coloured stain
emerging, once more,
when we whitewash the scullery wall?
How could the boy in my shoes quite disbelieve
what they told me about

the friend of a friend of a friend
who witnessed a light that nobody could explain,
a lucency over the pond where, decades ago,
the baker’s son fell through the ice, in the paraffin blue
of Hogmanay, when nobody was watching?

I remember us stopping one day, in a sudden fog,
out for a Sunday walk, the trees
a held breath in the sky-wide white of it
and she in that green print dress she loved to wear
so vivid I am almost there again,

but it isn’t the dress, or her, it’s purely
the colour that pulls me back,
the verde que te quiero verde in this world that never
ceases, while we go on passing through
as ceaselessly, though always

changing, verde que te
quiero – and, just for a moment, I want to stay
her hand and say
we never eat heart any more, or not
in this house; we never eat

liver or tripe, or pigs’ trotters simmered for hours
on low heat to draw
the juices – but when I turn to where she was,
my mother is gone and the chair
is empty, like the dead space in a wood

after a tree is felled, or to be more precise,
like the chair in the famous van Gogh, the ‘empty place’
he painted when Gauguin left, the light from the gas lamp
blue on the polished wood and the stem of a candle,
perfectly clear and almost too vivid to bear.
                                                            

Et canem meum



Recién cuando me levanto a despedirme
sabés que este perro es mío:

porque se cuida solo, en un rincón,
a menos que lo necesiten,

silencioso, invisible,
como medio dormido,

sombra ligeramente elaborada
entre las sombras

hasta que se levanta rápido
de un solo movimiento,

como un oso que emerge de los árboles
y extrañamente es más que cualquier cosa que hayas visto,

él va conmigo –y yo con él–
y lo que a mí me falta lo lleva en esa gran

cabeza negra, una reserva
llena de sueños

de los que no soy parte, aunque les sigo
el hilo, como el humo de un arma en un claro

o una hueste lejana de voces en lo oscuro, corriendo
hacia nosotros, arriesgando al viento su alegría

como si la tierra misma
estuviera hecha de deseo.



Et Canem meum



It's only when rise to take my leave,
you know this dog is mine:

for he keeps to himself, in the corner,
unless he is needed,

invisible, silent,
seemingly half-asleep,
a slightly elaborate shadow

amongst the shadows,
till, rising to his feet
in one swift move,

The way a bear, emerging from the trees,
is strangely more than anything you know,

He goes along with me - and I with him -
and what I lack, he carries in that great

dark head, a brimming
reservoir of dreams

I am not party to, although I catch
the drift of it, like gunsmoke in a clearing,

or some far host of voices in the dark,
running towards us, changing their joy to the wind,

as if the earth itself
was done with longing



Otros poemas de John Burnside, 
Fuente: Hablar de poesía / Jámpster
Traducción: Daniel Lipara

Imagen: Herald Scotland

Frank O'Hara

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Poetas norteamericanos


Chez Jane



La jarra blanca de chocolate llena de pétalos
traga trastos alrededor en un ojo mareante
de cuatros en punto de ahora y por venir. El tigre,
maravillosamente rayado e irritable, salta
sobre la mesa y sin perturbar un pelo

de la atención sin aliento de las flores, mea
en la maceta, justo por su delicado surtidor
Un susurro de vapor sube de la uretra
de porcelana. “Saint-Säens!” parece susurrar,
rizándose infaliblemente alrededor de las pelotas peludas
del terrible minino, que está sacando músculo mentalmente.
Ah! Estate conmigo siempre, espíritu de ruidosa
contemplación en el estudio, el Jardín
de los Zoos, las tardes eternamente fijadas!
Allí, mientras la música araña su escrofuloso
estómago, la ruda bestia emerge y se yergue
clara y cuidadosa, conociendo siempre el peligro exacto
en este momento acariciando sus colmillos con
una lengua dada enteramente a usos lujuriosos;
que solo hace un momento dejó caer aspirina
en este atardecer de rosas, y ahora tira una silla
en el aire, para agravar lo realmente amenazante.




A un paso de distancia de ellos



Es mi hora del almuerzo, así que me voy
a dar un paseo, entre los taxis
coloreados de bullicio. Primero, por la acera
donde los trabajadores alimentan sus sucios y
brillantes torsos con sándwiches
y Coca-Cola, con los cascos amarillos
puestos. Les protegen de los ladrillos que caen,
supongo. Luego hacia la
avenida donde las faldas dan vueltas
sobre tacones y se inflan sobre
rejillas. El sol calienta, pero
los taxis agitan el aire. Miro
las ofertas en relojes de pulsera. Hay
gatos jugando en el serrín.
Hacia Times Square , donde la señal
desparrama humo sobre mi cabeza, y más arriba
la cascada cae suavemente. Un
negro está de pie en la puerta con un
palillo, agitándose lánguidamente.
Una corista rubia taconea: él se sonríe
y se frota la barbilla. Todo
de repente da un bocinazo: son las 12:40 de un jueves. 
El neón de día es
un gran placer, como Edwin Denby escribiría,
como lo son las bombillas de día.
Me paro a por una hamburguesa con queso en JULIET’S
CORNER. Giulietta Masina, mujer de Federico Fellini, è bell’attrice.
Y chocolate malteado. Una mujer
en zorros en un día así mete su caniche
en un taxi.
Hay varios puertorriqueños
en la avenida hoy, lo que
la hace bella y cálida. Primero
murió Bunny después John Latouche,
después Jackson Pollock. Pero, está
la tierra tan llena como la vida estaba llena, de ellos?
Y uno ha comido y uno camina,
pasando las tiendas con desnudos
y los posters de TOREO y
el Manhattan Storage Warehouse
que pronto demolerán. Antes
pensaba que tenían el Armory
Show allí.
Un vaso de zumo de papaya
y vuelta al trabajo. Mi corazón está
en mi bolsillo, es “Poemas” por Pierre Reverdy.



Otros poemas de Frank O'Hara, aquí
Traducción: Isabel Berzal Ayuso
Fuente: Ibioculus

Imagen: Poetry Foundation



Chez Jane



The white chocolate jar full of petals
swills odds and ends around in a dizzying eye
of four o’clocks now and to come. The tiger,
marvellously striped and irritable, leaps
on the table and without disturbing a hair
of the flowers’ breathless attention, pisses
into the pot, right down its delicate spout.
A whisper of steam goes up from that porcelain
urethra. “Saint-Saëns!” it seems to be whispering,
curling unerringly around the furry nuts
of the terrible puss, who is mentally flexing.
Ah be with me always, spirit of noisy
contemplation in the studio, the Garden
of Zoos, the eternally fixed afternoons!
There, while music scratches its scrofulous
stomach, the brute beast emerges and stands,
clear and careful, knowing always the exact peril
at this moment caressing his fangs with
a tongue given wholly to luxurious usages;
which only a moment before dropped aspirin
in this sunset of roses, and now throws a chair
in the air to aggravate the truly menacing.





A Step Away from them


It’s my lunch hour, so I go
for a walk among the hum-colored
cabs. First, down the sidewalk
where laborers feed their dirty
glistening torsos sandwiches
and Coca-Cola, with yellow helmets
on. They protect them from falling
bricks, I guess. Then onto the
avenue where skirts are flipping
above heels and blow up over
grates. The sun is hot, but the
cabs stir up the air. I look
at bargains in wristwatches. There
are cats playing in sawdust.
On
to Times Square, where the sign
blows smoke over my head, and higher
the waterfall pours lightly. A
Negro stands in a doorway with a
toothpick, languorously agitating.
A blonde chorus girl clicks: he
smiles and rubs his chin. Everything
suddenly honks: it is 12:40 of
a Thursday.
Neon in daylight is a
great pleasure, as  Edwin Denby would
write, as are light bulbs in daylight.
I stop for a cheeseburger at JULIET’S
CORNER. Giulietta Masina, wife of
Federico Fellini, è bell’ attrice.
And chocolate malted. A lady in
foxes on such a day puts her poodle
in a cab.
There are several Puerto
Ricans on the avenue today, which
makes it beautiful and warm. First
Bunny died, then John Latouche,
then Jackson Pollock. But is the
earth as full as life was full, of them?
And one has eaten and one walks,
past the magazines with nudes
and the posters for BULLFIGHT and
the Manhattan Storage Warehouse,
which they’ll soon tear down. I
used to think they had the Armory
Show there.
A glass of papaya juice
and back to work. My heart is in my
pocket, it is Poems by Pierre Reverdy

Erich Hackl

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Poesía austríaca


Cuando las mujeres dejaban el huso y la rueca.
Antes de encender la lámpara de petróleo.
Era el momento de contar historias.
Ese placer de escuchar, ese goce.
Las sombras dentro, tras la ventana la nieve.
Cuando terminaban con las plumas de los edredones.
Antes de encender la lámpara de petróleo.
Era el momento de poner las sillas junto a la pared.
Ese placer al bailar, ese goce.
Las chicas dentro, tras la ventana la nieve.
La fiesta del sastre, así llamábamos a la felicidad
de la hora del crepúsculo, entre luz y luz.


//



Un entierro así
llegó a ser más divertido que una boda.
Sólo que durante la comida
no había música para bailar.
El muerto no racaneaba:
había sopa de albóndiga de hígado,
carne de vaca cocida con rábano picante
y de postre una tarta contundente.
Cerveza y aguardiente a voluntad.
Licor de huevos para las viejas.
Té con ron para los acatarrados.
café con leche para los niños.
Vino caliente para el señor cura.
El viejo Schinböck había dispuesto
que la banda de música de San Leonardo
tocase en su entierro
con una buena melopea.
Su último deseo se cumplió,
y resonó lastimosamente en los oídos.
Al aprendiz del zapatero de Rebuledt,
que tocaba el tambor grande,
se le escapó la baqueta durante el desfile,
salió volando en círculos
y se ahogó en la charca de apagar incendios.
El viejo Schinböck no había caído
en que los que llevaban el féretro
también formaban parte de la banda.






Erich Hackl (1954, Steyr, Austria)
Traducción: Pilar Montilla y Manuel Lara
Imagen: ABC.es
Gracias a Jonio González

Revista "Hablar de poesía"

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Escribe Laura Wittner: “Un cielo, un lago, un bosque o todo un paisaje pasan por el tamiz del lenguaje y la subjetividad antes de aparecer, reconstruidos y vigorizados, en el texto. Schuyler atraviesa una escena campestre y sale con flores pegadas en la ropa y colores tonalizando su conciencia. La escena lo atraviesa y sale con nueva estructura, nuevos sentidos, una música única”. James Schuyler, quien fuera secretario personal de Auden durante su estancia en Ischia, es el más íntimo de los llamados “Poetas de Nueva York”. Basta señalar que su primera lectura pública aconteció en 1988. Versos breves y estrofas largas como una columna vertebral; capturador de instantes fugaces, su mirada pictórica y su capacidad descriptiva hacen de sus poemas vívidos trazos de una imaginación atenta a las fluctuaciones de los colores en las frutas, las luces de las pasiones y las intermitencias del ánimo
 
LOS CRISANTEMOS COREANOS
Acá en este jardín
son enormes y como margaritas
(¿por qué no? ¿no es el
margaritón un cristantemo?),
arbustivos y de tallo grueso,
las hojas hacia arriba
apuntan al pedúnculo del que
surgen las flores en
forma de sol. Me encanta
este jardín en todos sus humores,
aun bajo su capa invernal
de yerba de sal, o ahora,
en octubre, cuando no queda
más que la mitad: aquí
una rosa, allí una mata
de acónitos. Esta mañana
uno de los perros mató
una lechuza. Bob vio
cuando pasó, trató de
intervenir. El airedale
le partió el cuello y la dejó
ahí tirada. Ahora el ave
está enterrada junto a un
manzano. Ayer
vimos desde la mesa
al búho, inmenso en el crepúsculo,
volando en círculos por encima del campo
con silenciosas alas de búho.
El primero que se haya
visto por aquí: ahora ya no está,
no es más que un sueño recordado.
Los perros ladran. En
el estudio suena música
y Bob y Darragh pintan.
Yo garabateo en una
libretita en una mesa del jardín,
con una camisa demasiado gruesa
para el sol de mediados de octubre
hacia el que miran todos los
crisantemos coreanos. Tengo
al lado un libro soso,
un corazón de manzana, cigarrillos,
un cenicero. Detrás de mí florece
la ruda que le regalé a Bob.
Luz sobre las hojas,
tanto para ver, y
lo único que veo en realidad es ése
búho, su volumen perturbando
el crepúsculo. Pronto
voy a olvidarlo: ¿qué
hay que no haya olvidado?
O que algún día no vaya a olvidar:
este jardín, la brisa
en calma, incluso
las palabras, crisantemos coreanos.
(Traducción de Laura Wittner, Una ciudad blanca, Gog & Magog, Buenos Aires, 2012).

 http://hablardepoesia.com.ar/


René Char

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París sin salida




Calle de Sèvres
Una puerta de garage antes de la tienda Le Tournis,
Mediodía, y el verano
Sobre el asfalto suspende todos los impulsos.
Una joven mujer,
La línea de sombra de su falda desnuda
Es cómplice de su cuerpo encantador,
Persigue un sueño despierto,
Sentada en la piedra misma del umbral.
Yo la llamo
Lectora de las doce adormideras blancas,
Meridiana,
Aunque todavía tenga los ojos muy abiertos
Y los dedos simétricos
Mientras hojea su libro ausente,
Permanece, la pierdo.
Sin tardanza, en la siguiente calle
Sílaba de eco, amante precipitada.




5. Versos y fragmentos




Fueron traídos al mundo Transparentes bajo oropeles
improvisados. Es así como se fundó la maledicencia.
Deseo, deseo con una sola maleta y múltiples trenes.
Amo a quien respeta a su perro, quiere sus herramientas,
no decortica el árbol para castigar la savia, no
le echa agua al vino de la verdad, se burla de la existencia
de un mundo ejemplar.
Hubo el vuelo silencioso del Tiempo durante milenios,
mientras que el hombre se adaptaba. Vino la lluvia;
después el hombre marchó y actuó. Nacieron los
desiertos; el fuego se elevó por segunda vez. El hombre,
entonces, poseedor de una alquimia que se renovaba,
estropeó sus riquezas y masacró a los suyos.
Agua, tierra, mar, aire, apoyaron; sin embargo, un
átomo resistía. Esto sucedía hace algunos minutos.
No inciten a las palabras a hacer una política de
masas. El fondo de ese océano ridículo está empedrado
de cristales de nuestra sangre.
Desde la operación de los totalitarismos ya no estamos
unidos a nuestro yo personal sino a un yo colectivo
asesino, asesinado. La ganancia de la muerte condena
a vivir sin el imaginario, fuera del espacio táctil, en
mezclas envilecedoras.
Baudelaire, Melville, Van Gogh son dioses despavoridos,
y no lecturas de dioses. Agradezcamos. Y agreguemos
Mandelstam El Inclinado, nadando, el brazo
azul, su mejilla apoyada sobre el espanto y la maravilla.
El espanto que le infligieron, la maravilla que él no
le opuso pero que emanaba de él.
Recorrer el espacio, pero no echar una mirada sobre
el Tiempo. Ignorarlo. Ni lo hemos visto, no lo hemos 
sentido, menos aún medido. En un segundo, todo se
queda en el único sagrado incondicional que jamás
existió: aquél.
¿Han elaborado, las delicias de la imaginación, los
horrores que afrontamos?
Las largas lluvias de la imaginación, aunque tengan
todo el campo, tienen un derecho y un revés. Bien que
mal.
Algunos días, no hay que temer nombrar las cosas
imposibles de describir.
El universo de la materia es más mentiroso que el
mundo de los dioses. Es permitible modificarlo e invertirlo.
El Arte ignora la Historia, pero se sirve de su terror.
Los acontecimientos de nuestra existencia, el bandidismo
de las sociedades, forman el montón de grava
de escombros y de fierro que sirven a sus cimientos.
Voy a hablar y voy a decir, ¿pero cuál es el eco hostil
que me interrumpe?
A la vez vivir, ser engañado por la vida, querer vivir
mejor y poder hacerlo, es infernal.





René Char (1907, L'Isle-sur-la-Sorgue / 1988, Paris, Francia)
Traducción: Dante Medina
Fuente: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/rene-char-1977.pdf
    Imagen: Turia

    Nurit Zarji

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    Poesía israelí



    Bajo la lluvia  la casa titila como una burbuja.
    Una materia arcaica zumba entre el cielo y la tierra
    cierra el paso al aire,
    promete que ninguna plegaria llegará a destino.

    Los techos desaparecen. El gato y la mosca
    son empujados hacia los sótanos de la tierra.
    La isla del mundo se ahoga en la lluvia
    la lluvia se ahoga en la lluvia.

    Son lavados con furia,
    los arbustos, los troncos, las ramas,
    todo se lava menos mi soledad.





    La nave de las familias descendió sobre la cima
    del Ararat. Desde abajo, la catatonia desnuda en erupción.
    Cansadas del largo viaje,
    las familias guardaban silencio. No tenían nada
    que decir a su favor fuera del haber sobrevivido.

    Aquellos cuya memoria fue herida a golpes
    salieron a la ruina del mundo.
    Quien desembarcaba no podía regresar.

    En las fotografías  puede verse que perdieron todo lo que tenían en común
    y que el mundo, con sus dedos, les había tocado la columna vertebral.
    A veces pensaban que se salvaron, a veces
    que su fin se acercaba. A veces cuando veían
    las luces del arca  palidecer a lo lejos

    creían que ella se hundía.
    Y a veces, entre las nubes doradas veían
    que navegaba. Se les partió el corazón cuando pensaron 
    que ella iba rumbo a la tierra verdadera.




    Nurit Zarji (1941, Jerusalén, Israel)
    Traducción: Adam Gai

    Imagen: Antigoo


    בגשם הבית מהבהב כבועה.
    חומר ארכאי מזמזם בין שמיים לארץ
    חוסם את מהלכי האויר,
    מבטיח ששום תפילה לא תגיע.

    גגות נעלמים. החתול והזבוב
    נדחקים למרתפי ארץ.
    אי העולם טובע בגשם
    הגשם טובע בגשם.

    נרחצים בזעם שיחים, גזענים, ענפים.
    הכל נרחץ מלבד בדידותי.


    אררט. מלמטה געשה עירומה הקטטוניה.
    עייפות מן המסע הארוך,
    המשפחות שתקו. לא היה להן
    לומר דבר לזכותן פרט לשרידה.

    אלה שהוכה זיכרונם
    יצאו אל חורבנו של העולם.
    מי שירד לא יכול היה לחזור.

    בתצלומים ניכר שאיבדו כל מכנה משוטף
    ושהעולם נגע באצבעותיו בחוט השדרה
    שלהם. לפעמים חשבו שניצלו, לפעמים
    שקירבו את קיצם. לפעמים כשראו
    את אורות התיבה מחווירים מרחוק

    האמינו שהיא טובעת.
    לפעמים בין העננים המופזים ראו
    שהיא שטה. זה שבר את לבם כשחשבו
    שהיא נעה בדרך אל הארץ הנכונה.


    Linda Gregg

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    Poetas norteamericanas


    El cordero





    Era una foto que tuve después de la guerra.
    Una iglesia inglesa bombardeada. Yo era demasiado joven
    como para conocer la palabra inglés o guerra,
    pero conocía la foto.
    La ciudad en ruinas todavía parecía noble.
    La catedral con su techo volado

    no dejaba de ser divina. La iglesia era la misma
    más lluvia y cielo. Los pájaros volaban por dentro y por fuera
    de los agujeros que el puño de Dios hizo en los muros.
    Todo nuestro deseo de amor o  de niños 
    es considerado por el enemigo como si fuera una broma.
    Yo sabía tanto y de todos modos cantaba.
    Como un pájaro que va a cantar hasta
    que es derribado. Cuando quitan
    los árboles, el niño agarra una rama
    y dice, esto es un árbol, esta es la casa
    y la familia. Como si se pudiera. A través de la puerta
    de lo que había sido una casa, por el campo lleno
    de escombros, anda un cordero solo, ladeando
    la cabeza, curioso, sin miedo, hambriento.




    Linda Gregg (1942, Suffern, New York, Estados Unidos de Norteamérica)
    Traducción: Adam Gai

    Imagen: Youtube


    The Lamb



    It was a picture I had after the war.
    A bombed English church. I was too young   
    to know the word English or war,
    but I knew the picture.
    The ruined city still seemed noble.   
    The cathedral with its roof blown off
    was not less godly. The church was the same   
    plus rain and sky. Birds flew in and out   
    of the holes God’s fist made in the walls.   
    All our desire for love or children   
    is treated like rags by the enemy.
    I knew so much and sang anyway.   
    Like a bird who will sing until
    it is brought down. When they take   
    away the trees, the child picks up a stick   
    and says, this is a tree, this the house
    and the family. As we might. Through a door   
    of what had been a house, into the field   
    of rubble, walks a single lamb, tilting   
    its head, curious, unafraid, hungry.


    Curso de poesía inglesa y norteamericana por Silvia Camerotto

    Nueva serie de poetas en Barnacle. Próximamente en este blog

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    Las casas, Alberto Cisnero
    El libro de los helechos, Marcelo Rizzi
    Una cuestión de diseño, Diego L. García
    Papá trajo a casa un Cuatro Ele, Diego Colamba
    Conurbano, mano de obra, Fernando Ayala
    Los poemas se dirigen a las redes de pesca, Tito Manfred

    Barnacle, 2018
    www.barnacle.com.ar

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